Cada constelación familiar es un evento que toca fondo en nuestra alma. El alma de quien constela, del constelador, de los que representan y de los que participan asistiendo.
Nadie comparece a un grupo de constelación por casualidad, cada constelador lo sabe, por innumerables ejemplos.
Hay personas que «por casualidad» fueron invitadas por un amigo y decidieron participar, otras estaban mirando sus redes sociales y de pronto «se sintieron atraídas» por algo que estaba allí colgado y fueron a ver de qué se trataba. Otras ya lo conocían de oídas y de repente «percibieron que debían participar»; otras nunca habían oído hablar de ello ni sabían de qué se trataba, pero alguien comentó o les invitó y aun sin saber qué era, «percibieron que necesitaban comparecer» y fueron, para participar en una experiencia que transformó su realidad.
Si participamos en una constelación es porque hemos sido «llamados» y hay algo que necesitábamos vivenciar a través de aquella constelación. Ya estábamos listos.
Por afinidad, por sintonía llegamos allá, y quedamos, como tantos, impactados por lo que se desveló en el campo.
Los comentarios siempre se producen y son semejantes: «aquella constelación parecía hecha para mí», «noté que era mi constelación», «paso por un problema muy semejante a este», «sabía que sería llamado para representar», y así sucesivamente.
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