Nuestros niños son el espejo que proyecta aquello que nos negamos a aceptar en nosotros mismos. Sus síntomas siempre nos hablan, nos dan pistas de aquello que no se está gestionando de una forma adecuada.
Como los hijos son parte de los padres, heredan sus emociones y siguen sus patrones. Si bien ambos padres reflejan o proyectan sus emociones a los hijos, se puede hablar de que el porcentaje de emoción es un 80% de las madres y un 20% de los padres. Y así, fue comprobado poco a poco, que cuando un niño menor a 14 años presenta un síntoma, hay que revisar a los padres, así de sencillo y simple.
Existe un periodo al que llamamos proyecto sentido, que va desde la concepción hasta los 3 años, donde se graban multitud de programas que vamos a desarrollar a lo largo de nuestra vida.
Se graban programas de si somos deseados o no deseados, se graba toda la información de la situación de la pareja o de la familia en ese momento, todas las emociones de la madre y del padre, sus conflictos, sus dudas, se graban las situaciones sociales o históricas del lugar donde estamos, toda la información del embarazo, también información sobre como hemos llegado al mundo, como se ha recibido al bebé y todas y cada una de las experiencias propias del niño y de la madre durante este tiempo.
Hasta los siete años, los niños son una auténtica esponja emocional, porque como todavía no tienen el neocórtex totalmente desarrollado, son especialmente sensibles a las emociones, que son el lenguaje que les es propio y además las perciben de forma limpia, sin contaminación racional alguna.
Y así es como los niños, a través de las enfermedades y síntomas que padecen, nos están reflejando nuestros propios conflictos inconscientes, como el más amoroso de nuestros espejos: un niño que tiene a menudo dolor de barriga puede estar expresando una dificultad de la madre para digerir algo que le está ocurriendo, o un niño que se enferma de bronquitis o que tiene asma habitualmente está denunciando un ambiente tóxico en casa y dificultades de relación en su entorno más cercano o un niño con otitis frecuentes está expresando una irritación de la madre por escuchar algo que no quiere oír…
Lo mejor que una madre o padre puede hacer por su hijo es cuidar de sí mismo. No podemos amar a otros si no nos amamos primero a nosotros.
Muchos de los comportamientos y enfermedades de los niños son solo un reflejo de las emociones mal gestionadas de sus padres. Si tú cambias, él mejorará.
Lo sé, ser padres no es un trabajo fácil. Debemos ejecutar muchos roles distintos cada día y ocuparnos de un millón de cosas. Somos seres humanos, nos cansamos, nos frustramos y, en ocasiones, nos sentimos solos o agotados.
Ocultamos en nuestro interior esos miedos, angustias, cargas y culpas puesto que no queremos mostrar debilidad, no queremos preocupar a nuestros hijos. Tratamos de mantener la fachada de hombre/mujer todoterreno.
¿Por qué? Porque es lo que hemos aprendido desde pequeñas, porque de manera inconsciente sentimos que no tenemos derecho a quejarnos, porque es una conducta automática de la que apenas nos damos cuenta.
Sin embargo, las emociones que no aceptas te persiguen y continúan buscando formas de salir a la luz. Así, es probable que estas emociones reprimidas se transformen en llanto incontrolable, cansancio e incluso enfermedades o síntomas físicos.
En su afán por salir a la superficie, estas emociones pueden reflejarse en el más amoroso espejo que tenemos en nuestra vida: los hijos. Durante la gestación, la conexión emocional madre-hijo es absoluta; no existe separación entre ellos. Este vínculo se extiende de forma profunda hasta los tres años de edad, sintiendo el niño todas las emociones de la madre como propias.
Los seres humanos somos imitadores por excelencia. Observar, imitar y aprender ha sido clave en nuestra evolución. Por eso, no es nada raro que los niños terminen copiando nuestras emociones. Como seres sociales, tendemos a alinear los que sentimos con lo que experimentan los demás. Nos contagiamos afectivamente.
Todo síntoma que un niño o niña presente, desde su nacimiento y hasta los 14 años, es reflejo de una emoción de los padres, de un resentir, de algo nunca dicho, de una emoción atrapada, etc.
¿Qué podemos hacer como padres?
Este punto de vista no está encaminado a buscar culpables, sino a hacernos responsables. A tomar conciencia de que nosotros podemos evitar el malestar de nuestros pequeños.
Todo lo que le ocurre al padre también va a influir al niño, pero de otra forma, de hecho el niño lo va a sentir pero a través de la madre y con las emociones de la madre, por lo que hemos dicho de la conexión… Es decir que si por ejemplo el papá se queda sin empleo y la mamá no se siente preocupada porque confía en que va a encontrar algo pronto, no le da importancia porque son cosas que pasan y piensa que de alguna forma van a salir de esta… aunque el padre se sienta muy frustrado o tenga miedo a la escasez o se sienta deprimido… el niño no va a sentir estas emociones como si fueran suyas, y en cambio si la mamá lo vive con angustia y sufrimiento, el niño va a vivir esa angustia como propia y puede que la exprese a través del cuerpo, que es la via más directa para que los niños expresen las emociones que no pueden comprender.
Cuando se quiere, se puede. Se viaja, se visitan bibliotecas y hemerotecas, panteones, se consultan archivos de datos oficiales y demás. No se limiten a decir que “por parte de tal familia no hay datos”. Imaginen que son detectives profesionales y deben descubrir todo lo oculto.
Hacer un árbol genealógico no es un pasatiempo, es un trabajo que requiere dedicación, paciencia y esmero. Hay personas que demoran más de 3 años en terminar su árbol, así que si en realidad lo requieren, podrán hacerlo lo más completo posible para liberar a sus hijos en caso necesario.
Si tomaste la decisión de sanar te recomiendo constelar tu árbol genealógico.
Te invito asistir en una de mis sesiones de grupo o individuales con muñecos , online o presenciales.